Acallar la voz del alma pobre. Dejar crecer en las manos el silencio de los días previos al cisne. No hay gesto, rastro, boca entre los sueños de lo que somos. No hay calor, voz o estrella que guíe certero como la honda presencia del desnudo, los pies del corazón descalzo, sucio, descarnado. No hay anillos, no hay tierra, no hay salida. Sólo viento espumoso, salto, entrada a la caja de los truenos, al rescate de la memoria de los pasos, de los tiempos acuosos, de la escalera de jacob en espiral al centro de ingravedad de lo que olvidamos ser.
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