Todos somos viejos.
Todos tenemos antiguos sueños que nos vencen
antes de dormir.
Sigue tus pasos, pero no te alejes de la playa.
El miedo y el demonio son lo mismo.
Derroto tu vacío porque en mi muro hoy
no llueven lamentaciones ni victorias.
En mi muro resbalan las aguas de la noche maldita,
y es suficiente.
Rechazo los pañuelos blancos,
no deseo vivir entre sábanas mojadas.
Era mi piel la que se erizaba. Eran tus ojos.
Pero viajar nos vuelve taciturnos, olvidadizos.
Nos ausenta las respuestas simples.
Al regreso,
cada pregunta guarda al menos diez imágenes que la confunden.
En todas ellas un tren parte hacia todas las imposibilidades.
Fuimos el infinito en ángulo recto,
retorcer las cuerdas del futuro para conquistar la risa que no hay.
Comíamos, pero poco.
Faltó agua o sal, o un viento favorable en la tormenta.
Los cuerpos magnéticos se atraen pero no en el mismo tono,
no en el mismo polo, no en el mismo tiempo.
Se nos fue el agua entre los dientes, entre los cuerpos.
Ahora nos miramos sin retales de vela o timón.
Sin manos, sin noches, sin ojos.
Y la nada se impone blanca y líquida.
Como la ceguera.
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