Se derriten las venas
entre la boca del dragón y su flamante lengua.
Cada papila es un horno donde se cocinan nuestras escondidas verdades,
cada deseo inconfesado, cada carencia o búsqueda,
cada hilo que descose nuestra vergüenza.
Escucho los grillos antes de tiempo, anuncian un paseo lejos del ahora,
la última mirada franca que he encontrado.
Le cantan a la veta de la madera que denuncia un año seco.
A la cicatriz en tu piel.
Nos mezclamos porque somos connotados
y sin los opuestos el mundo que conocemos se desmorona.
Nuestro linaje nos ha tornado únicos pero lejanos.
Camino por la playa. No hay arena que no haya sido piedra
antes de ser hoy un instante de placer bajo mis pies.
Es necesario aflojar las vestiduras y cerrar los ojos
para recordar que hace calor o frío
y también hay dedos al final de nuestras piernas.
Cómo nos encerramos entre las rejas, entre las cejas,
en este recóndito punto vacío donde la memoria no tiene sentido
porque no hay ayer o mañana.
Cada cosa que sucede tiene su tiempo hasta que nunca ha sido.
Cada mano que recorre un cuerpo tiene un olor, una memoria,
una medalla colgada al pecho de la belleza.
Nos tenemos mientras huimos,
y así discurren las hojas de nuestro aliento.
Del verde al rojo, al castaño, al humus. También yo creo en él, el humus.
Contiene, como un ojo, todas las posibilidades infinitas del ayer y el mañana.
Sin embargo, es un pequeño hoy cuya mayor prenda es el olor.
El olor a pertenencia, a mordida.
La casa blanca o la ropa lavada, la manzana o la piedra, el té rojo,
saben a humus.
Por eso me encierro entre los dientes y proyecto el olor al cielo de la boca:
Nada de lo que somos es cierto. La división, la cultura, la palabra,
no son más que artefactos que nos alejan de la verdad milenaria,
cantada, breve y tan escondida.
Cada papila es un horno donde se cocinan nuestras escondidas verdades,
cada deseo inconfesado, cada carencia o búsqueda,
cada hilo que descose nuestra vergüenza.
Escucho los grillos antes de tiempo, anuncian un paseo lejos del ahora,
la última mirada franca que he encontrado.
Le cantan a la veta de la madera que denuncia un año seco.
A la cicatriz en tu piel.
Nos mezclamos porque somos connotados
y sin los opuestos el mundo que conocemos se desmorona.
Nuestro linaje nos ha tornado únicos pero lejanos.
Camino por la playa. No hay arena que no haya sido piedra
antes de ser hoy un instante de placer bajo mis pies.
Es necesario aflojar las vestiduras y cerrar los ojos
para recordar que hace calor o frío
y también hay dedos al final de nuestras piernas.
Cómo nos encerramos entre las rejas, entre las cejas,
en este recóndito punto vacío donde la memoria no tiene sentido
porque no hay ayer o mañana.
Cada cosa que sucede tiene su tiempo hasta que nunca ha sido.
Cada mano que recorre un cuerpo tiene un olor, una memoria,
una medalla colgada al pecho de la belleza.
Nos tenemos mientras huimos,
y así discurren las hojas de nuestro aliento.
Del verde al rojo, al castaño, al humus. También yo creo en él, el humus.
Contiene, como un ojo, todas las posibilidades infinitas del ayer y el mañana.
Sin embargo, es un pequeño hoy cuya mayor prenda es el olor.
El olor a pertenencia, a mordida.
La casa blanca o la ropa lavada, la manzana o la piedra, el té rojo,
saben a humus.
Por eso me encierro entre los dientes y proyecto el olor al cielo de la boca:
Nada de lo que somos es cierto. La división, la cultura, la palabra,
no son más que artefactos que nos alejan de la verdad milenaria,
cantada, breve y tan escondida.